Arte y patrimonio

Una abstracción religiosa: el arte islámico

El arte islámico nació con la religión musulmana, se expandió con la expansión de su imperio y ha perdurado hasta hoy, igual que su religión. En pocas ocasiones, el arte ha conocido un estilo tan inmutable como este, pese a que, lógicamente, ha tenido pequeñas peculiaridades o variaciones regionales o temporales.

Pero ¿qué es lo que ha producido ese efecto? ¿Cuál es la variable independiente?

Mezquita de Córdoba. Simon Wiedensohler (Unsplash).

Como en cualquier religión, lo más importante del arte es el mensaje que quiere transmitir. Pero en el caso del arte islámico ese mensaje se presenta de una manera abstracta, y también literaria, pero no figurativa. Esta es la clave. La religión musulmana prohíbe la representación figurativa puesto que la capacidad creativa es solamente del dios, solo Allah puede crear. Además, tampoco existe en la religión musulmana una imagen concreta de Allah sino que como mucho, este es representado como una llama encendida.

Una decoración abstracta y caligráfica

A partir de este precepto, los musulmanes crearon, ya desde el siglo V hasta hoy, un estilo que es anicónico, pero en el cual la decoración adquiere un valor simbólico. Es su horror vacui, su miedo al vacío, el que señala la presencia de Allah. Es decir, sin esculturas ni pinturas de personas o animales, el arte islámico consigue llenar las paredes de sus edificios con decoración geométrica o vegetal. Destaca además la decoración caligráfica, mediante la cual se escriben versos del Corán con una función literalmente didáctica y por ende decorativa, dado el estilismo de su alfabeto.

Mezquita de Bibi Janum. Foto: Logga Wiggler (Pixabay).

Cabe resaltar también que, como es un arte nacido en una zona desértica, en general, sus materiales eran pobres. De la combinación entre uso decorativo por si y enlucimiento de sus materiales, aparecen una serie de elementos nuevos como son los mocárabes y el sebka. Se trata, en la mayoría de los casos de decoración con yeso y marfil, que se talla o modela a modo de filigrana y que ornamenta así, por ejemplo, el capitel y el cimacio de las columnas.

Una arquitectura virtuosa

Además de ella, el arte musulmán tuvo y tiene la habilidad para hacer de los elementos constructivos un gran espacio decorativo. Y así lo reflejan sus múltiples tipos arcos. No obstante, es el arco de herradura (cuyo origen es visigótico), así como el polilobulado, los que se ha convertido en los más identificativos. La novedad es su uso combinado, ya que adquieren formas entrelazadas, en varios pisos de alturas, o el uso de varias tipologías.

También destaca el hecho de que los arcos, con sus finas columnas, se sitúen de manera correlativa inundando espacios en los que predomina la horizontalidad. Incluso los iwanes, que son una novedad arquitectónica, pasan a convertirse en una base para la decoración. De la misma manera, cúpulas y semicúpulas se combinan para crear grandes espacios y se completan con lámparas, a veces enormes, y con alfombras que aportan calidez y comodidad a la oración.

Mocárabes policromados en la mezquita de San Petersburgo. Foto: Maria Domnina (Pixabay).

¿Y dónde queda el color? El color se manifiesta sobre todo en la policromía de sus mosaicos y azulejos, aunque también pueden destacar otras partes bicromadas o policromadas. Y así mismo, en el reflejo. El uso del agua se emplea para crear efectos ópticos más luminosos y mucho más espaciosos que, además, dan la sensación de movimiento, es decir, de la mutabilidad del mundo terrenal y una vez más, de la presencia de Allah.

El lugar de oración: las mezquitas

Todas estas características confluyen en una arquitectura civil de connotación religiosa (maqsuras, ribats o palacios) y en sus templos. La mezquita es el principal edificio puesto que es el centro de congregación para la comunidad musulmana. Así, teniendo como modelo la casa de Mahoma en Medina, la mezquita se compone de varias partes que, como también en las otras religiones, tiene un recorrido místico.

Mezquita en Estanbul. Foto: Kirill Sobolev (Pixabay).

El sahn, o patio, simboliza el desierto en el cual se encuentra una fuente, el sabil, como oasis para la purificación. La nave principal es el haram o sala de oraciones, que se cubre de bóvedas con columnas o de cúpulas creando un espacio diáfano dedicado a la oración. Esta se dirige hacia el muro de la quibla, orientado a la Meca y en el cual se encuentra el mimbar, púlpito desde el que el imán dirige el rezo, y el mihrab, nicho en la quibla y parte más importante de la mezquita. La llamada a la oración se produce desde el alminar o minarete, torre desde la cual, a modo de campana, se pronuncian también versos del Corán.

Mihrab de la Mezquita de Córdoba (Unsplash).

Tanto la mezquita en sí como su orientación a la Meca están en función de dos de los cinco preceptos de la religión musulmana (rezar 5 veces al día, sea donde sea, y peregrinar a la Meca una vez en la vida).

Vemos pues como, a partir de elementos de otras culturas, ya que es poco novedoso, el arte islámico ha sido capaz de mezclarlos y manipularlos para crear un lenguaje propio. Es decir, es sobre todo, original en su tratamiento, no en la invención de elementos constructivos. Es, una vez más, la importancia del mensaje lo que ha permitido configurar su estilo característico que, como ya hemos comentado, ha permanecido casi invariable a lo largo de los siglos.

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