Arte y patrimonio

El museo virtual es un museo desvirtuado

En estos meses difíciles la posibilidad de conectarse online con un museo sirvió para aliviar y esperanzar. Pero creer que estos encuentros pueden sustituir a la visita real es una forma de autoengaño. Los museos son lugares de alto voltaje social donde nos exponemos a las opiniones y emociones de los demás.

Por: Marcos Pérez Maldonado / SINC

La Asociación Española de Comunicación Científica (AECC) celebró este año su evento Ciencia en Redes en las instalaciones de CaixaForum en Madrid, dedicando una de sus sesiones a la digitalización forzosa de la actividad de los museos de ciencia durante la pandemia.

El punto de partida lo resumió a la perfección Sonia Garcinuño, coordinadora de divulgación científica en la Fundación la Caixa, al señalar que instituciones cuya actividad se caracteriza por lo tangible (centradas en lo presencial y muchas veces en lo manipulativo), lo concreto (con propuestas perfectamente definidas) y lo anticipado (todo se planifica con meses o años de antelación) se vieron abocadas en cuestión de días a trabajar en un contexto de invisibilidad, de imprecisión y de improvisación.

Cada museo es un mundo

Los museos de ciencia se dan en multitud de formatos, desde propuestas tradicionales que albergan colecciones de tecnología o historia natural hasta centros de ciencia que generan su propio contenido, muchas veces en forma de exposiciones interactivas.

Los hay que se estructuran en discursos dirigidos que guían al visitante en cada paso, mientras que otros proponen visitas dispersas y contenidos abiertos, dando protagonismo a la exploración personal. Algunos mantienen programas de actividades en sus talleres y laboratorios que pueden llegar a ocupar la mayor parte de la visita.

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Museo BBAA Bilbao.

n cuanto a fórmulas de titularidad y gestión, los encontramos públicos y privados; dependientes de fundaciones o de consorcios; y con direcciones duras o difusas. La misma diversidad aparece en sus plantillas y, por supuesto, en su financiación, que podemos caracterizar sobre ejes tan diferentes como generosa-insuficiente, rígida-flexible o ligada-desligada de los ingresos de taquilla. Y por supuesto, una variabilidad similar se da en la relación de cada museo con su entorno.

Por poner un ejemplo, no es lo mismo un museo grande en una ciudad pequeña que un museo pequeño en una ciudad grande. En definitiva, ningún plan de digitalización pandémica podía servir a todos los museos, y solo resulta razonable analizar algunos aciertos y fracasos con el objetivo de mejorar nuestras prácticas y entender mejor cómo cumplir nuestros objetivos.

La (buena) comunicación en red es bidireccional

Una de las claves del éxito de las redes sociales es que en ellas todo el mundo tiene la percepción de poder ser escuchado, algo que no ocurre cuando se lee un periódico o se visita un museo. Sobre esta base el Museo Nacional de Ciencias Naturales creó una exposición virtual con los objetos que la gente podía aportar desde sus casas.

“Una exposición en la que el hilo argumental es la biodiversidad que encontramos en nuestros hogares, pero cuyo verdadero núcleo son vuestras propias historias. Pequeños fragmentos de naturaleza artificial que conviven con nosotros y que en muchas ocasiones son fuente de memorias con profundos significados personales”.

Captura de la exposición

En los primeros días de la pandemia los museos recibimos muchas consultas sobre lo que pasaba en nuestras instalaciones cerradas, especialmente los que albergamos animales vivos. ¿Están bien los pollitos de la Casa de las Ciencias? ¿Y las focas del Aquarium? ¿Os dejan ir a alimentar a los peces? Estas preguntas sugerían que el interés no se dirigía tanto a los contenidos genéricos del museo, ahora inaccesibles, como a cuestiones concretas con las que el público tenía alguna vinculación personal.

Entendimos así que no tenía mucho sentido grabar recorridos por las salas o subir a la red contenidos del museo, sino que lo interesante era mostrar cosas que normalmente no se ven durante una visita. Así, en el Aquarium Finisterrae sumergimos en el agua cámaras en formato 360º para grabar una serie de vídeos desde perspectivas de las que hasta entonces solo gozaban los peces y nuestros acuaristas.

ambién enseñamos lo que ocurría en las cuarentenas, talleres y laboratorios, lo que nos permitió compartir, por ejemplo, cirugías como la de un pequeño caballito de mar con un desgarro en el abdomen. El acceso a estos espacios que forman parte de la intimidad de los museos permitió al público percibir que la actividad seguía pese a los confinamientos y los cierres, y también adquirir una visión más amplia de lo complejas e interesantes que pueden llegar a ser estas instituciones.

Sala Nautilus del Aquarium Finisterrae en los Museos Científicos Coruñeses. mc2

Por otra parte, la mayoría de los museos de ciencia compartimos en redes propuestas de pequeñas observaciones y experimentos que se podían hacer en casa. Y cuando nos llegaban preguntas sobre la pandemia, la mayoría apostamos por dirigir al público a las fuentes más fiables y alertar sobre el caos informativo que generaban los bulos.

Lo multisensorial virtualiza mal

Comer, nadar en el mar, moldear arcilla en un torno o visitar un museo interactivo son actividades que implican a todos los sentidos. Limitarlas a lo visual y lo auditivo supone reducir su naturaleza, pero no como cuando reducimos una salsa para potenciar su sabor.

Si hablamos de visitar un museo, virtualizar no es sinónimo de condensar o destilar, sino de desvirtuar la esencia de una experiencia en sí misma irreducible. Esta quizá seala principal limitación de los procesos de virtualización museística, pero no es la única.

Emulaciones racionalizadas

Las visitas virtuales a un museo de ciencia constituyen un pobre remedo de la visita presencial. Al fin y al cabo estos lugares son interesantes porque nos permiten participar activamente, proporcionando vivencias a medio camino entre un parque de juegos infantiles y una clase de ciencias en el laboratorio.

Podría pensarse que la virtualización funciona bien en museos con contenidos esencialmente pasivos, como una pinacoteca, pero lo cierto es que la visita virtual no puede incorporar las mil y una contingencias que dan profundidad a nuestra experiencia de la realidad.

Lo virtual siempre será una emulación racionalizada en la que alguien limita los grados de libertad y simplifica el entorno al precio de suprimir cualquier imprevisto. Basta con que en las salas de un museo el guía de otro grupo llame la atención sobre un detalle de una obra para que toda nuestra atención se vuelque en una dirección inesperada.

Museos virtuales, una visita al arte sin salir de casa
UNSPLASH – GILBER FRANCO.

Si vemos a una persona sobrecogida ante una pintura nos preguntamos qué es lo que le conmueve y buscamos si en nuestro interior existe material para una respuesta semejante. Si tenemos un familiar enfermo nos vemos reflejados en el dolor de los dolientes y si estamos en un momento crucial de nuestras vidas encontramos inspiración donde jamás la buscaríamos.

Dependiendo de quién nos acompañe, la conversación puede versar sobre colores y pigmentos, las vidas de los artistas o el contexto histórico de las obras. Un día la visión de una cabeza cortada en una bandeja puede dar lugar a un chiste, y otro a una conversación sobre poder y fanatismo. Además, estas experiencias virtuales suelen ofrecerse con algún tipo de guion que pretende dar coherencia al recorrido.

Como bien saben quienes se dedican a la creación de contenidos en cualquier medio, existen una serie de trucos del oficio que facilitan la construcción de los relatos, pero cuyo efecto secundario es la uniformización de los resultados. Esta homogeneidad es el precio que pagamos cuando convertimos la experiencia en un producto, algo que no deberíamos olvidar ahora que lo virtual vuelve a ceder terreno a lo presencial.

La desaparición de la dimensión social

Los museos son lugares de alto voltaje social en los que nos exponemos al contacto, las opiniones y las emociones de los demás. Quienes acudimos a un museo en familia o con amigos enseñamos y aprendemos de los otros, hacemos bromas, discutimos sobre los contenidos y salimos del marco de nuestros propios intereses.

Hace años, durante la visita al espacio de los chimpancés en un zoológico, note que mi hija mayor, que entonces tenía 10 años, sujetaba con fuerza mi mano y comenzaba a temblar. Mientras los demás contemplábamos las cabriolas de los simios más jóvenes, una hembra mayor se había sentado frente a la niña, mirándola fijamente con una expresión que si fuera completamente humana reflejaría una mezcla de curiosidad y cansancio.

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SECITI.

“Me está mirando, papá, me está mirando”, musitaba mi hija, que nunca ha olvidado la impresión que le causó aquella mirada. Con la misma claridad yo también recuerdo el tamaño de las lágrimas que rodaban por sus mejillas, la tensión del nudo en la boca de mi estómago o la profundidad que aquella experiencia ha dado a las conversaciones que desde entonces hemos tenido sobre los derechos de los animales en cautividad, la deforestación de los bosques o la evolución de las especies.

Guardo en la memoria multitud de vivencias similares ligadas a los museos, con independencia de que el detonante sea el tacto ancestral de un meteorito, la barbarie festiva reflejada en una decapitación de Juan Bautista o el miedo al ridículo ante un interactivo particularmente desafiante. Los museos nos enriquecen porque en ellos nos exponernos a situaciones compartidas cuyo desarrollo no podemos prever.

Las plataformas no cuentan como museo

Muchos museos hemos recurrido a las plataformas de reuniones en red para establecer conexiones con el público, por ejemplo con los escolares o personas mayores en residencias que participaron en nuestros programa de visitas virtuales.

En el mejor de los casos estas conexiones estaban personalizadas atendiendo a la realidad de cada grupo, contemplaban una conversación bidireccional abierta y en algunos casos implicaban que los participantes dispusieran de materiales (a veces enviados por el propio museo) que les permitiesen hacer actividades durante la conexión.

Hay quien piensa que este tipo de programas podría mantenerse tras la reapertura, pero sinceramente creo que sus resultados no compensan el esfuerzo. A todas las limitaciones de lo virtual que hemos avanzado hasta ahora debemos añadir que en estos encuentros la atención suele mantenerse de un modo superficial, siempre al límite de la desconexión.

El Museo del Louvre reabre sus puertas con restricciones y una capacidad  limitada
© EFE/Christophe Petit Tesson.

Aun cuando todo sale bien, la experiencia difícilmente deja un poso profundo, aunque solo sea porque transcurre en el mismo interfaz sobre el que compramos unas pizzas o pasamos el tiempo viendo memes o series.

No cabe duda de que en estos meses difíciles en los que muchos mayores quedaron atrapados en residencias y los centros escolares cerraron talleres, laboratorios y asemejaron sus patios a los de una prisión, la posibilidad de conectarse con un museo muchas veces sirvió para aliviar, estimular y esperanzar. Pero pretender que estos encuentros online puede sustituir a una visita real no deja de ser una forma de autoengaño. Lógicamente, habrá circunstancias en las que siga siendo la única opción disponible, pero para la mayoría del público debería quedar como una más de las cosas extraordinarias e irrepetibles que tuvimos que hacer durante la pandemia.

En definitiva, las circunstancias de esta digitalización forzosa no han sido ideales para los museos, pero nos han permitido reflexionar sobre nuestro papel en la sociedad y conocer mejor nuestro potencial y nuestras debilidades.

Descubrimos que contamos con plantillas que saben ser flexibles, creativas e implicadas; y que la diversidad de estilos y habilidades de nuestro personal constituye una riqueza impagable. También que es necesario aprender a improvisar basándonos en la intuición, la experiencia y los principios. Y que en tiempos dominados por la confusión y la polarización es más sensato no contribuir al ruido o forzar una presencia en las redes que, a la postre no hace sino dañar la credibilidad de nuestras instituciones.

En este sentido, el modelo a seguir sin duda es el del periodismo científico, un oficio que en esta pandemia nos ha mostrado que se puede comunicar ciencia en primera línea de actualidad manteniendo el rigor, la calidad y el servicio al interés público.

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